Se llama Clara. Tiene un nombre simple, como la luz del sol cuando está nublado y apenas ilumina pero no resplandece. Justo como esta mañana.
A veces, después de verse en el espejo camina a su habitación y se sienta frente a la ventana. Mira a la calle y luego de unos minutos comienza a pensar en él, pero de forma intermitente.
Es decir, que mira hacia afuera y presta atención a los techos de las casas que hay enfrente, y cuando repasa las tejas con los ojos aparece el rostro de él. Luego siente un hueco entre el pecho y el estómago y cambia la dirección de su mirada. Por la calle camina la gente, se fija en el movimiento mecánico que algunos hacen del brazo derecho cuando dan un paso con la pierna izquierda y viceversa, y otra vez en los pasos, en la gente, en sus brazos, en el reloj que llevan, en donde sea aparecen imágenes de él. Ella siente que el corazón le sube a la garganta y después brota por sus ojos. Respira muy segura secándose las lágrimas y prosigue con el ejercicio de distracción, pero el hueco que se siente por dentro se ha instalado. No hay más remedio que respirar. Respirar como cuando lo haces para recordar que estás vivo.