
Las nubes cuando se conjugan una sobre la otra. Qué sensación tan amarga me provocan sus cúmulos en gradación desordenada de grises y negros. Sus rincones tan umbríos, sus contornos faltos de sol, sus pálidos tonos de plomo son como una opresión en el pecho. No los miro porque poco soy bajo una cúpula sucia. No los miro pues bajo un turbio celaje desespero.
El ejercicio contemplativo de un cielo gris no tiene práctica desde mis ojos. Hoy, sin embargo, he resuelto en la observación del mismo como una radiografía de la adversidad. Contemplar lo que la conforma y su comportamiento.
Es como acostarse en una colina de dificultades a mirar a los nimbos cómo cambian de forma y se desplazan lentamente. Mirar las nubes, los problemas, mirar cómo chocan sus bordes para hacerse uno solo. Se confunden sus siluetas ante nuestros ojos bien abiertos. Es como observar cómo se entregan delicados a otras formas, nubes y problemas; y uno mirándolos desde abajo. Después de todo anteceden la lluvia. Después de todo es la lluvia la que limpia el cielo y ese cielo, eventualmente resplandece. Hoy el ejercicio distinto.